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Los sellos de validación en España (I)

Los sellos de validación en España (I)

Por José Mª Martínez Gallego

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:47h

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Aún recuerdo con agrado las magistrales clases del Doctor D. Faustino Menéndez- Pidal de Navascués que nos impartía a un escaso número de alumnos de doctorado, quien nos descubrió allá por el año 2004 el maravilloso mundo de la Sigilografía. Posteriormente, con el tiempo, descubrí cierto grado de polémica, entre detractores y defensores, por amparar bajo el gran manto de la Medallística a los objetos sigilográficos que normalmente conocemos como Sellos de Validación.
Pero, ¿qué es un sello de validación?, se preguntarán ustedes: es una impronta obtenida por la presión de una matriz sobre un soporte, fijada al documento por diversos procedimientos y que sirve, normalmente, como instrumento de autentificación y validación del escrito, como mecanismo para reservar al destinatario del documento su contenido o como simple marca de jurisdicción, autoridad o propiedad.

El sello diplomático o de validación es el sello por antonomasia debido al gran desarrollo que alcanzó su uso entre los miembros de la realeza, entre otros aspectos por la identificación del titular con la imagen, retrato fisonómico, que aparece en los anversos de los mismos.

La validación de un acta reside propiamente en la acción personal, en el gesto de sellar, al que se atribuye la significación de aceptación y conformidad con el texto del acta, especialmente con la parte que en dicha acta se expresa que corresponde al sigilante.


El sello de validación expresa de modo inequívoco la identidad y la personalidad del sigilante, del detentador del poder real. Tiene además una doble función: probar con su integridad que no ha sido abierto el documento, por tanto, no se ha accedido al contenido del mismo; y que por ende no se ha alterado el texto deseado por el sigilante.

En efecto, el sello intacto expresa que el contenido documental procede del sigilante, de quien estampa o adhiere la impronta la documento.

Los antecedentes de los sellos de validación hay que buscarlos entre los anillos sigilares altomedievales. La utilización de soportes sigilares de la época tardorromana continuaron utilizándose, al menos parcialmente, durante al alta Edad Media.

El antecedente del anillo sigilar con entalle en piedra preciosa dejó paso al grabado en metal. Se han hallado anillos tardorromanos con signos frecuentemente cristianos (crismón) y también visigóticos, totalmente metálicos.

Mientras que los sigilares de los reyes merovingios eran grabados en metal, los utilizados por los carolingios llevan casi siempre entalles, al igual que en la Cataluña del los siglos X al XI.

Probablemente se utilizaban para imponer sellos judiciales en puertas o para cerrar cartas, según la costumbre romana. Pero no hay constancia de que fueran utilizados en funciones validatorias de documentos.

Por su parte, encontramos otro antecedente en el sello de creencia, destinado principalmente a acciones judiciales, concretamente a la función citatoria. De uso y modalidad germánica, muy arraigado en los pueblo magiares y eslavos, fue introducido en España por los visigodos, utilizándose entre los siglos VI al XI. En el Fuero Juzgo se describe muy claramente el sigillum citationis.

De igual manera, en el amplio territorio que conformó al-Andalus en la península ibérica, también fueron utilizados profusamente los anillo sigilares. Las formas utilizadas pasaban desde el anillo enteramente metálico, al anillo conteniendo una piedra o al vidrio grabado y engastado.

Su morfología mantiene las líneas coránicas de tipo Oriental, sin motivos reflejados, sólo presentando una leyenda dispuesta siempre en renglones paralelos. Dichas leyendas contenían normalmente el nombre del sigilante o titular, junto con una fórmula piadosa o un shura coránica.

Hay constancia del uso en España de sellos árabes de plomo, con funciones destinadas probablemente a precintar objetos o marcar mercaderías.

¿Cuándo llegaron realmente los sellos de validación?

La aparición en Occidente del retrato jerárquico del titular en los sellos de validación está en concordancia perfecta con hechos tales como el uso de apellidos estables y la generalización del uso de los emblemas heráldicos.

Su desarrollo está ligado a un amplio proceso que se inicia a finales del siglo X, con el fin de comunicar a la propia personalidad, centrada en la jerarquía social, reflejados en los retratos de los sellos

En Bizancio e Italia bizantina, hasta la caída de Constantinopla 1453, se utilizaron con profusa abundancia los sellos de validación por quienes emitían documentos abiertos, investidos de alguna autoridad. El sellado se realiza al pie del documento, pero sin cerrarlo.

Las bulas de los emperadores bizantinos expresan su nombre en renglones paralelos según la fórmula oriental. De modo análogo, las bulas papales mantienen una leyenda con su nombre y los rostros de los Apóstoles San Pedro y San Pablo; así como las de los dogos de Venecia, en las que éstos, arrodillados, reciben el poder de San Marcos

Por lo que se refiere a los pueblos merovingios y carolingios, recogen de romanos y bizantinos los sellos de validación como representantes del poder, utilizando muy a menudo bulas metálicas. Por su parte, el retrato evoluciona según la fórmula oriental, representándose junto a los símbolos de poder: corona, lanza, escudo, cetro, etc.

En el siglo X ya hay obispos en Alemania que retratan su busto, portando un báculo. Mientras que un siglo después, en Inglaterra, los caballeros se hacen representar de modo similar, pero portando una espada.


La llegada de los sellos pendientes permitió el diseño de mayores tamaños, estableciéndose los tipos comunes de los siglos XII y XIII.

La llegada a España de los sellos de validación se puede datar en el siglo XII, hacia el reinado de doña Urraca en 1120, introduciéndose junto al sello pendiente.

Los sellos pendientes, a diferencia de bulas papales y sellos bizantinos y papales, son de cera imprimiéndose sobre la parte inferior de la hoja de pergamino, practicándose unas incisiones para que quedara bien adherido.

Ya en el segundo decenio del siglo XII, el procedimiento de aposición en pendiente sustituyó totalmente a los antiguos sellos placados.


Las noticias hasta ahora recogidas acerca de documentos sellados en España, marcan en su conjunto dos épocas diferenciadas.

El primer periodo abarca entre 1120 y 1140, encontrándose diversos testimonios referidos a posibles sellos de validación, entre ellos dos diplomas de la reina doña Urraca de 1120 y 1124 respectivamente, sólo conocidos por copias.

Por otra parte, tenemos el dato indicativo de la copia de la carta que dirige desde Salamanca el arzobispo de Toledo, junto a los obispos de Segovia y Zamora, a su homónimo de Santiago en 1134. El obispo de Palencia sella en pendiente en 1145 con un entalle rodeado de leyenda, de tipo altomedieval.

Si bien las primeras noticias totalmente ciertas corresponden a improntas conservadas de Alfonso VII, datadas en 1146, es decir en el segundo periodo, referidas a un diploma fechado en la ciudad abulense de Arévalo el 8 de diciembre. A éste le seguirían otros en Córdoba, conservándose un total de seis improntas.


A Sancho III pertenecen también los sellos de validación de 1154 y 1158, correspondientes a una misma matriz de una sola cara, con representación ecuestre tipo anglofrancés, imagen en lado derecho.

La impronta más antigua, 1150, de Ramón Berenguer IV se conserva en Marsella. En este caso la representación ecuestre es mediterránea, es decir, mostrándose el lado izquierdo del caballero.


Del rey de Navarra Sancho IV se conocen sellos en pendiente en documentos realizados en 1157, 1189 y 1193.

De igual manera, tenemos noticias de las validaciones sigilares del conde Amalrico, señor de Molina, en 1153; de su hijo, el Conde Pedro, en 1179; o de Alfonso VIII, del que se conoce una primera impronta en 1163.


Por su parte, los sellos pendientes episcopales nos muestran una cronología algo más adelantada: el obispo de Sigüenza sellaba en 1144; el arzobispo de Toledo, al igual que el de Palencia en 1145; el de Burgos en 1152, Astorga en 1154, y así sucesivamente los prelados españoles.
(Continuará)
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