
De todas ellas adquiere un protagonismo especial la leyenda central del anverso (I.A.), y precisamente por su importancia se ha considerado, por convención, que la cara que la porta es el anverso de la moneda. Su protagonismo se debe a que es la que le confiere su identidad en tanto que moneda islámica. Es la leyenda que representa la verdadera y profunda esencia del Islam: el mensaje de la unicidad de Dios y la misión profética de Muḥammad (Mahoma).
Efectivamente, el islam considera que Dios es único, que no tiene asociado, que no ha engendrado ni ha sido engendrado, que no tiene igual; omnipotente y eterno, es creador del universo, de todo, de lo que ha pasado y de lo que ha de pasar. Así mismo, el islam considera que Dios envió mensajes desde el comienzo de la humanidad a los seres humanos a través de sus Enviados (rusul, sing. rasūl) y Profetas (anbiyā’, sing. nabī) y reconoce como tales a un buen número, algunos de ellos mencionados en el Corán: Adán, Noé, Abrahán, Moisés, Salomón, Jonás, Elías... y Jesús, considerando que el último de ellos es Muḥammad (rasūl y nabī), a quien se le reveló la definitiva palabra de Dios, con una misión universal. Es considerado por ello el “Sello de los profetas” y con él se cierra el círculo profético.
Este Mensaje esencial, se expresa a través de la šahāda (“testimonio”), también denominada kalimat al-ijlāṣ (“palabra de sinceridad”) o kalima ṭayyiba (“palabra buena”), que se ha transmitido a lo largo de la historia monetal del Islam a través de dos fórmulas básicas. La primera es la expresión literal de la profesión de fe islámica, la šahāda propiamente dicha, que afirma que “no hay dios sino Dios y Muḥammad es el Enviado de Dios”:
ﻣﺤﻤﺪ ﺭﺳﻮﻝ ﺍﻠﻠﻪ ﻭﻻ ﺍﻟﻪ ﺍﻻ ﺍﻠﻠﻪ (Lā ilāha illā Allāhu wa Muḥammad rasūl Allāh).
En su primera parte (el tawḥīd, término con la misma raíz consonántica que wāḥid, “uno”) se reafirma la creencia en la unicidad de Dios ante el politeísmo y el concepto cristiano de la Trinidad, defendiendo a ultranza la unicidad de Dios. En la segunda parte, se reivindica a Muḥammad como Profeta de Dios, como modelo a seguir, frente al judaísmo y al cristianismo que no le reconocen como tal. Es suficiente pronunciar la profesión de fe delante de testigos, normalmente una autoridad religiosa o el imām de una mezquita, para ser considerado uno más por la comunidad musulmana y para, perdonados todos los pecados anteriores, tratar de recuperar nuestra naturaleza original (fiṭra) comenzando una nueva vida en el camino de la sumisión a Dios, en el camino de la salvación.
La šahāda, en su forma literal, podemos encontrarla, por ejemplo, en los dinares almorávides o mamelukos, o en los dirhames nazaríes.

La segunda fórmula básica, reafirma de manera especial la idea de la unicidad de Dios, a través de la expresión “No hay dios sino Dios, Único, no tiene compañero”:
ﻻ ﺷﺮﻳﻚ ﻟﻪﺍﻠﻠﻪ ﻭﺤﺪﻩﻻ ﺍﻟﻪ ﺍﻻ (Lā ilāha illā Allāhu waḥdahu lā šarīka lahu).
No hay que olvidar que uno de los 99 Nombres o atributos de Dios es el de al-Wāḥid, El Único. Tampoco hay que pasar por alto que esta expresión forma parte de la afirmación de fe (tašhhud) que se pronuncia tras la segunda parte (rak‘a) de la oración (ṣalāt) que el musulmán debe realizar cinco veces al día, en estado de pureza ritual.

Esta fórmula, introducida ya desde los primeros tiempos del islam, fue sumamente frecuente en las monedas acuñadas en al-Andalus, tanto en el periodo emiral como en el califal, incluido el califato ḥammūdí. También la encontramos en emisiones idrīsíes o en las del califato ‘abbāsí, por poner algunos ejemplos.
Cuando se recurrió a esta fórmula, que ocupa en la moneda el espacio central del anverso (I.A.), la segunda parte de la profesión de fe, la misión profética de Muḥammad, pasó a grabarse, bien en el espacio central del reverso (II.A.); bien se desplazó al margen, cuando este espacio estuvo ocupado por otras leyendas religiosas (como en los dirhames emirales omeyas, por ejemplo) o posteriormente por leyendas de carácter político, como el nombre y títulos del califa. Sin embargo, al convertirse en leyenda marginal (II.M.), el Mensaje adquirió un nuevo protagonismo, pues ya no se limitó a expresarse a través de la segunda parte de la šahāda sino que lo hará través de una leyenda coránica. Se trata de un extracto de la azora IX, 33 del Corán, denominado “segundo símbolo”: “Muḥammad es el Mensajero de Dios, Él es Quien le ha enviado con la Dirección y con la religión verdadera para que, a despecho de los asociadores, prevalezca sobre toda otra religión” (Muḥammad rasūl Allāh arsala-hu bi-l-hudà wa-Dīn al-ḥaqq li-yuẓhira-hu ‘alà al-Dīn kulli-hi wa-law kariha al-mušrikūn).
También hay que destacar que los chiíes (šī‘íes) cada vez que pronuncian o escriben la šahāda añaden la frase “y ‘Alī es el Amigo de Dios” (wa-‘Alī wālī Allāh). Esta frase, conocida como la wilaya de ‘Alī, afirma y revindica el papel esencial del primo y yerno del Profeta y cuarto califa del Islam, su importancia y el protagonismo que le negó el mundo sunní. Como en el resto de las manifestaciones orales o escritas, en las monedas también encontramos esta fórmula introducida por las dinastías šī‘íes que acuñaron numerario, como es el caso, por ejemplo, de la de los Fatimíes, o los Sulayhides del Yemen.

©Copyright de la imagen del anverso del dinar Sulayhid: Trustees of the British Museum.
La profesión de fe es el verdadero signo de identidad de la moneda islámica medieval, y como tal se encuentra presente en la práctica totalidad de ellas, salvo algunas excepciones.
Pero…. ¿“No hay dios sino Dios” o “No hay dios sino Allāh (Alá)”? ¿Cuál es la expresión correcta? La traducción literal del término árabe Allāh en castellano es “Dios”. Por esa razón, según las normas de traducción, al existir el término en español, debe traducirse, y así suele hacerse en la actualidad en la escuela de arabistas españoles. Sin embargo, es importante indicar, respecto a la traducción de la palabra Allāh, la necesidad de ser muy conscientes de la diferente precepción del término “Dios” por parte del lector, según sea su fe. Esta diferente percepción es la razón por la que muchos académicos, fundamentalmente musulmanes, aunque no sólo, consideran que no debe traducirse el término Allāh, pues el lector procedente de un entorno o formación cristiana en general, y católica en particular, no podrá evitar, inconscientemente, al leer la palabra “Dios” pensar en su propia percepción de Dios, una concepción trinitaria que choca profundamente con la idea de la unicidad islámica.
Profa. Dra. Almudena Ariza Armada
New York University, Madrid