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Don Quijote y la moneda

Don Quijote y la moneda

Por Pedro Dami�n Cano Borrego

mi�rcoles 15 de junio de 2016, 05:31h

De todos es bien sabido que esta obra cumbre de la literatura espa�ola y universal refleja fielmente la vida cotidiana de la �poca en la que fue escrita, y, como no pod�a ser menos, tambi�n de la moneda en circulaci�n en los reinos de Castilla, por su car�cter de medida de valor y medio de pago en las transacciones de la vida diaria de la poblaci�n y en las grandes operaciones mercantiles.

El sistema monetario castellano de la �poca de El Quijote es heredero de la gran reforma monetaria de los Reyes Cat�licos llevada a cabo por la Pragm�tica de Medina del Campo de 1497, dictada para poner fin a la enorme inestabilidad monetaria del siglo XV, y que con pocas variaciones se mantuvo durante toda la Edad Moderna. En la misma se introdujo en el numerario �ureo el modelo del ducado veneciano, la divisa de la �poca, que ya se hab�a adoptado en los reinos de la Corona de Arag�n, y que recibi� el nombre de excelente de la granada, con una ley de 23 � quilates o una finura de un 98,96% y un peso aproximado de 3,55 gramos por excelente, y una talla de 65 1/3 por marco de Castilla. Su valor en relaci�n a la moneda de cuenta qued� fijado en 375 maraved�es por pieza.

Asimismo se autoriz� la labra en plata de reales y medios, cuartos y octavos de real, con una talla de 11 dineros y cuatro granos y un peso de 3,65 gramos. Su talla era de 67 piezas por marco, y ten�a una equivalencia de 34 maraved�es por real, un valor que se mantuvo constante durante casi tres siglos y medio. Los tipos acu�ados en los reales cambiaron completamente con esta reforma, y no fueron sustituidos hasta la reforma de Felipe II en 1566, por lo que, como afirmaba Beltr�n se trata de la serie m�s longeva de toda la numism�tica espa�ola. Ya en el siglo XVI se comenzaron a acu�ar sus m�ltiplos de a dos, cuatro y ocho reales, siendo esta �ltima moneda la m�s universal que jam�s ha circulado, protagonista de las transacciones comerciales en la mayor parte del orbe hasta muy entrado el siglo XIX y base de los principales sistemas monetarios todav�a vigentes en amplias zonas del planeta.

En la misma tambi�n se llev� a cabo la reforma del circulante de vell�n, reduciendo su pureza de 10 a 7 granos de plata, un 2,43%. La nueva moneda recibi� el nombre de blanca, y tuvo una talla de 192 piezas por marco y un valor respecto a la moneda de cuenta de � maraved�. Su emisi�n se limit� a diez millones de maraved�es, lo que acarre� graves problemas monetarios en los reinados ulteriores. Con posterioridad recibi� los nombres de calderilla o vell�n rico. En cuanto a la moneda de c�mputo, el maraved�, fue originariamente una moneda de oro de origen musulm�n, el morabetino, y que con el paso del tiempo se fue depreciando y durante muchos a�os no se correspondi� con ninguna moneda efectiva. El maraved� como unidad de cuenta, tanto de plata como de vell�n, se mantuvo vigente hasta el siglo XIX.

La presencia de la moneda fuerte de oro y, tras los descubrimientos de las ricas minas de las Indias, de plata, permiti� hacer frente a los pagos necesarios para la adquisici�n de productos y para el pago de los gastos de la Corona, mientras que la moneda corriente, la de vell�n y posteriormente de cobre puro, permiti� cubrir las necesidades ordinarias en el mercado interior. La clave de todo el sistema se encontraba en que todas las monedas en circulaci�n se encontrasen correctamente ajustadas en sus valores intr�nsecos y nominales.

Seg�n Motomura esta pol�tica monetaria estaba fundada en principios muy racionales, dado que mientras que las monedas �ureas y arg�nteas deb�an conservar su magn�fica calidad y la de vell�n era susceptible de proporcionar mediante el se�oreaje o su manipulaci�n elevados ingresos a la Real Hacienda. Para Serrano Mangas la moneda de vell�n, la utilizada por las clases m�s humildes, fue el cr�dito que las clases m�s empobrecidas proporcionaron a los ingresos de la Corona, un numerario fiduciario que permiti� dilatar la agon�a de la hegemon�a espa�ola.

Los ducados, nombre con el que com�nmente se conoc�a a los excelentes, aparecen referenciados en seis ocasiones en la primera parte de El Quijote y doce veces en la segunda. En la primera parte, se nombran cuando don Quijote libera a los presos que iban a cumplir su condena en galeras, en el cap�tulo XXII, cuando el tercero de los reos le coment� que se encontraba en esa situaci�n por faltarle diez ducados, y que si hubiese contado con los veinte que el hidalgo le ofrec�a� hubiera untado con ellos la p�ndola del escribano, y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo�

Tambi�n los encontramos en el cap�tulo XXXIX de la primera parte, Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos, cuando el padre reparti� la herencia entre sus tres hijos, dando a cada uno tres mil ducados en dineros, dado que su t�o hab�a comprado toda su hacienda y la hab�a pagado al contado, para que no saliese del tronco de la casa. El cautivo entreg� a su padre, al quedarse viejo y con tan poca hacienda, dos mil de ellos, dado que el resto le bastaba para acomodarse como soldado, y sus hermanos le entregaron asimismo mil ducados.

En la segunda parte de la obra, cap�tulo XXVIII, aparecen mencionados en boca de Sancho Panza, cuando afirmaba que siendo criado de Tom� Carrasco, el padre del bachiller Sans�n Carrasco, cobraba dos ducados al mes adem�s de la comida, y que�con vuesa merced no s� lo que puedo ganar, puesto que s� que tiene m�s trabajo el escudero del caballero andante que el que sirve a un labrador... Sancho estimaba, una vez que don Quijote le pregunt� sobre cu�l deb�a ser su salario, que deb�a recibir dos reales m�s por mes y otros seis reales por la promesa de darle el gobierno de una �nsula,�que por todos ser�an treinta.

Ante las reiteradas peticiones de las Cortes para la reducci�n de la ley y el peso de la moneda �urea, por Real C�lula de 30 de mayo de 1535 dada en Barcelona se orden� por Carlos V la labra de coronas o escudos de oro para la financiaci�n de la expedici�n a Argel, siguiendo el modelo franc�s, aunque limitando su circulaci�n a los lugares donde esta expedici�n trascurriese. Finalmente, en las Cortes de Valladolid de 1537 se adopt� esta moneda con car�cter general. Su ley se fij� en 22 quilates de oro, un 91,66% de fino, un peso de 3,38 gramos y una valoraci�n de 350 maraved�es por escudo, que en 1566 pas� a 400 y desde 1609 a 440 maraved�es.

Encontramos referencias al escudo en la vida de Cervantes en su cautiverio de Argel, dado que su rescate qued� fijado, al consider�rsele una persona de alto rango por las cartas de recomendaci�n que llevaba de don Juan de Austria, en 500 escudos, cantidad que fue satisfecha para su liberaci�n. Esta moneda aparece citada en numerosas ocasiones en El Quijote, en unas treinta y dos ocasiones. En el cap�tulo XXIII de la primera parte, De lo que le aconteci� al famoso don Quijote en Sierra Morena, cuando encuentran una maleta y un coj�n que conten�an entre otras cosas un montoncillo de escudos de oro, que don Quijote�mand�le que guardase el dinero y lo tomase para �l. En el cap�tulo XIII de la segunda parte, Sancho Panza afirmaba que en la bolsa se encontraron cien ducados.

En el cap�tulo XXXIII de la primera parte, Donde se cuenta la novela del �Curioso impertinente�, Anselmo le ofrece a Lotario dos mil escudos de oro�que se los ofrezc�is, y aun se los deis, y otros tantos para que compr�is joyas con que cebarla. Al d�a siguiente le entreg� los cuatro mil escudos�y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sab�a qu� decirse para mentir de nuevo.

Los escudos aparecen tambi�n en el cap�tulo XLI de la primera parte, Donde todav�a prosigue el cautivo su suceso, cuando se describe la riqueza del padre de Zoraida, cit�ndose tambi�n las doblas o doblones: � y el padre de Zoraida ten�a fama de tener muchas y de las mejores que en Argel hab�a, y de tener asimismo m�s de doscientos mil escudos espa�oles, de todo lo cual era se�ora esta que ahora lo es m�a. En este mismo cap�tulo se hace referencia igualmente al zoltan�, moneda argelina de oro, al afirmar el cautivo que su amo hab�a dado por el mil quinientos de ellos.

Los reales de plata y sus m�ltiplos son nombrados en numerosas ocasiones, m�s de setenta, en la obra. El real de a ocho aparece tempranamente, ya en la primera salida de don Quijote, en el cap�tulo II de la primera parte. Cuando, siendo viernes, le preguntaron a don Quijote si quer�a comer truchuela, nombre con el que se conoc�a al bacalao, el hidalgo afirmaba que � Como haya muchas truchuelas�podr�an servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que una pieza de a ocho. Tambi�n se menciona el real de a cuatro en el antes citado cap�tulo en el que se encuentra con la cadena de presos camino de las galeras, cuando el anciano acusado de hechicer�a y alcahueter�a recibe de Sancho una limosna por este importe.

Una magn�fica relaci�n de la moneda arg�ntea y su valoraci�n se encuentra en el cap�tulo LXXI de la segunda parte, De lo que a don Quijote le sucedi� con su escudero Sancho yendo a su aldea, cuando don Quijote propone a Sancho que se azote para liberar a Dulcinea de un hechizo. La rapidez de c�lculo mental de Sancho en este episodio es impresionante:

�Ellos �respondi� Sancho� son tres mil y trescientos y tantos; de ellos me he dado hasta cinco: quedan los dem�s; entren entre los tantos estos cinco, y vengamos a los tres mil y trescientos, que a cuartillo cada uno, que no llevar� menos si todo el mundo me lo mandase, montan tres mil y trescientos cuartillos, que son los tres mil, mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales; y los trescientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen a hacer setenta y cinco reales, que junt�ndose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales. Estos desfalcar� yo de los que tengo de vuestra merced, y entrar� en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas..., y no digo m�s.

Como no pod�a ser menos, la moneda de vell�n tambi�n aparece mencionada en esta magna obra. Una buena descripci�n de su poder adquisitivo se encuentra en boca de Teresa Panza, en una carta que remite a la duquesa, incluida en el cap�tulo LII de la segunda parte:

�y, as�, suplico a vuesa excelencia mande a mi marido me env�e alg�n dinerillo, y que sea algo qu�, porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la carne, la libra a treinta maraved�s, que es un juicio y si quisiere que no vaya, que me lo avise con tiempo, porque me est�n bullendo los pies por ponerme en camino�

El maraved�, la moneda de cuenta, aparece trece veces, e incluso Cervantes puso en boca del ingenioso hidalgo el origen morisco del t�rmino, en el cap�tulo LXVII de la segunda parte. La encontramos en el precio de venta de la primera edici�n, donde Juan Gallo de Andrada, escribano de C�mara de Felipe III, rubric� que la obra sin encuadernar se vendi� a tres maraved�es y medio por pliego, y teniendo la misma ochenta y tres pliegos, el libro costaba doscientos noventa maraved�es y medio.

El cuarto o moneda de cuatro maraved�es aparece ya en el primer cap�tulo de la obra, cuando Cervantes describe a Rocinante, afirmando que�y aunque ten�a m�s cuartos que un real, y m�s tachas que el caballo de Gonela, que tantum pelli ert ossa fuit� Se hace igualmente otra referencia a esta moneda en el retorno de don Quijote y Sancho a su aldea, en el cap�tulo LXXIII de la segunda parte, al ser el precio que paga Sancho para comprar una caja de grillos a unos muchachos y as� disuadir el mal ag�ero.

La blanca tambi�n aparece en la obra en varias ocasiones. Cuando en el cap�tulo III de la primera parte don Quijote pide al ventero que le arme caballero, �ste le pregunt� si tra�a dineros, a lo que el hidalgo respondi� que no tra�a blanca� porque �l nunca hab�a le�do en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese tra�do. En el mismo sentido se expresaba Sancho cuando en el cap�tulo LIII de la segunda parte renuncia al gobierno de la �nsula Barataria, cuando afirmaba que�sin blanca entr� en este gobierno y sin ella salgo, bien al rev�s de c�mo suelen salir los gobernadores de otras �nsulas.

Una moneda citada una �nica vez es el cornado, con un valor de medio maraved� y que fue batida en el Reino de Navarra como moneda privativa hasta bien entrado el siglo XVIII. Su escaso valor viene recogido en el suceso relatado en el cap�tulo XVII de la primera parte, cuando don Quijote sale sin pagar de una venta y Sancho acaba finalmente manteado, tras interpelar al ventero que�por la ley de caballer�a que su amo hab�a recibido, no pagar�a un solo cornado aunque le costase la vida.

Una moneda no castellana que aparece en doce ocasiones en la obra es el ardite, que ten�a el valor de un dinero catal�n, con el significado de poco valor. As�, en el Pr�logo de la segunda parte de la obra, cuando arremetiendo contra el ap�crifo Avellaneda, Cervantes afirma que�de la amenaza que me hace que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite�Asimismo, en el cap�tulo XXXII de la segunda parte, al referirse a sus andanzas, afirmaba que �pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron un pisaron las sendas de la caballer�a, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir, si place al Alt�simo.

Para saber m�s

BALBUENA, L., Cervantes, don Quijote y las Matem�ticas, Tenerife, 2004.

HERN�NDEZ, B., Monedas y Medidas en El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Barcelona, 1998.

HERN�NDEZ-PECORARO, R., �Cervantes�s Quixote and the Arbitrista Reform Project�, Romance Quartely, 57, 2010, pp. 169-182.

ORTEGA DATO, J.A., �Los dineros de El Quijote�, Suma 52, junio 2006, pp. 33-40.

SANTIAGO FERN�NDEZ, J. de, �Usos monetarios en tratos, comercio y finanzas en la Castilla del Quijote�, Cuadernos de Investigaci�n Hist�rica 22, 2005, pp. 143-172.

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