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Las labores de la moneda en las cecas de los Reinos de las Indias (IV). El ensaye y fundici�n (I)

Las labores de la moneda en las cecas de los Reinos de las Indias (IV). El ensaye y fundición (I)

Por Pedro Dami�n Cano Borrego

Entre los metales usados como materias primas en las Casas de Moneda destacaban el plomo, utilizado en las fundiciones, y el cobre usado para la liga. Estos minerales se sol�an adquirir a los mineros indios o a los due�os de las haciendas de beneficio, en forma de panes o barras, que deb�an necesariamente contener metal puro, para evitar la alteraci�n de la ley de la moneda. El cobre se obten�a normalmente de sulfuros, �xidos o sulfatos, y el plomo del sulfuro de plomo. (Ver art�culo anterior Las labores de la moneda en las cecas de los Reinos de las Indias (III). Los oficios de la Casa de Moneda)

Ambos deb�an refinarse en hornos de reverbero en origen, para eliminar toda impureza, y no se sol�a practicar en la ceca, salvo que el cobre adquirido resultase quebradizo y poco d�ctil. El hierro, necesario para la fabricaci�n de los cu�os y punzones, se tra�a de la Pen�nsula, dado que su producci�n en Indias era antiecon�mico, y se templaba para convertirlo en acero por el fundidor o por el herrero.

El ensayador mayor era quien recib�a en dep�sito la plata de los particulares, analizando la aleaci�n con otros metales y encargando al oficial fundidor que de la misma se obtuviese una plata con la ley prescrita. Dicha plata se fund�a en lingotes o barras, que llevaban el sello y la inscripci�n que garantizaba su ley, y eran devueltos a sus propietarios, deducidos los gastos de afinaci�n y fundici�n y el quinto real.

El registro en asientos o remache de la plata entregada para marcar y quintar, paso previo a su amonedaci�n, hab�a de realizarse necesariamente por los oficiales de la Real Hacienda, y no por los de las Casas de Moneda ni por ninguna otra persona. Los oficiales de la Real Hacienda deb�an estar presentes los d�as se�alados para realizar estas actividades, eran los encargados de recibir los ingresos procedentes de las labores, y en caso de contravenci�n de esta normativa se les impon�a una multa de veinte mil maraved�es.

Las penas previstas para los propietarios de la plata que la registraran sin la concurrencia de los oficiales de la Hacienda eran las de la p�rdida de la misma, que se distribu�a de la misma manera vista para el caso de las incompatibilidades de los oficiales de las cecas. Para aquellos que realizaran el remache de la plata en las mismas circunstancias la pena prevista era la de privaci�n del oficio, p�rdida de todos sus bienes y destierro perpetuo de la provincia.

Gemelli comenta en su obra que la ley necesaria para que la plata fuese aceptada en la Caja Real era la contenida entre los 2.210 maraved�es, llamada ley cansada, y los 2.376, esta �ltima conocida como ley subida. Si la ley era inferior, no se aceptaba en la Caja ni se marcaba por los oficiales reales, y si era superior se reduc�a a la ley subida antes vista, para posteriormente reducirla a la cansada de 2.210 maraved�es a�adiendo a cada marco de plata cinco ochavos de onza de cobre.

Lingotes de plata.

En los primeros tiempos se usaron los lingotes para el reintegro a los propietarios del mineral y para la remisi�n del quinto real a la Pen�nsula, pero ya en �poca temprana se decidi� que, para evitar fraudes, los lingotes se remitiesen directamente a las Casas de Moneda para su acu�aci�n. El tesorero de la ceca realizaba el control de plata recibida en consignaci�n, y que consist�a normalmente en 24 barras de un peso de 70 libras cada una, en la ceca de Potos�.

Las barras de plata eran pesadas por el balanzario y registradas por el escribano, tambi�n conocido como merino, y el tesorero, detallando el a�o de fundici�n de cada barra, el n�mero de cuenta de la fundici�n, la Real Hacienda donde hab�a sido gravada y su peso y ley. Una vez que dichos datos eran repetidos y nuevamente apuntados en la parte final de la p�gina de su registro, conocido como libro de remaches, se grababan las barras con la marca real y la marca de ceca. Esta labor era realizada por el escribano, que desfiguraba las marcas anteriores con un martillo en forma de T, y grababa las nuevas.

8 Reales M�xico, 1733.

Estas barras eran transportadas, normalmente al siguiente d�a, al taller de fundici�n, dividido en la ceca de M�xico en ocho estancias conocidas como hornazas, y entregadas a capataces o cabos que dirig�an grupos de diez o doce trabajadores, llamados brazajeros. Normalmente el techo de las oficinas de fundici�n era abovedado, estaba construido en piedra o ladrillo y ten�a una gran chimenea con forma de farol o linterna para eliminar los humos.

Debajo de la chimenea se encontraba el horno, construido con ladrillos, y en el que se manten�a el fuego por medio de un fuelle cuyo ca��n se proteg�a con una manga de cobre o barro denominada alcrib�s. Dentro del horno se asentaba la craza o callana, un crisol en forma de vaso, con paredes refractarias y fabricado con arcilla y cenizas de c�scara de huevo, y con una vida �til de siete crazadas o fundiciones.

La callana se fijaba a unas horquetas fijas en el suelo mediante un cincho o canasta de hierro con dos brazos, en los que hab�a dos agujeros u orejeras, en los que se introduc�an dos palancas para en su momento poder voltear el contenido de la craza. En el suelo se encontraban empotrados dos espigones de hierro, los cepeles o mazos, en cuyo extremo superior encajaban los brazos dentro de dos horquetas para su sujeci�n.

Quemador siglo XVIII.

En la craza se introduc�an 3 o 4 barras, que no deb�an exceder de un peso de 600 marcos, sobre un intenso fuego atizado por fuelles. Se fund�an de cada vez cuatro barras, y una vez fundidas el ensayador encargado de la aleaci�n a�ad�a el cobre necesario para obtener la fineza legal de 11 dineros y 4 granos, as� como una cantidad adicional para compensar las posibles p�rdidas por evaporaci�n, que se conoc�a como religado.

Si bien esta aleaci�n ten�a en los primeros tiempos la funci�n de la igualaci�n de la ley con la de la moneda y se a�ad�a para ello plata pura, con el tiempo se hizo m�s com�n que las barras fuesen de una ley superior a la requerida, por lo que se requer�a a�adir una ligaz�n de cobre.

La fundici�n requer�a un tiempo de entre tres cuartos de hora y una hora, y una vez que el ensayador estimaba que la mezcla estaba correctamente realizada, ordenaba removerla en el crisol con un espet�n o barra de hierro, para conseguir la perfecta liga con la plata. Posteriormente se levantaba el crisol, se colocaba sobre una oquedad de un gran bloque de piedra con un canal con agua y se proced�a al rellenado de los moldes o rieleras.

Para preparar los moldes el corredor de rieles untaba su interior con un hisopillo untado en grasa fundida para que el metal lo llenase y corriese sin dificultad. Estos moldes se rellenaban por el vaciador vertiendo poco a poco la plata fundida del crisol, y cuando estaban llenos el tirador los vaciaba sobre el suelo o en una artesa llena de agua y se volv�an a rellenar. Los moldes se introduc�an en una tina de agua, para acelerar el endurecimiento. La barra o riel as� obtenida era un molde cuadrilongo, de un peso de entre 8 y 10 marcos, 1,8 a 2,3 kilogramos.

El vaciado de la callana era una operaci�n delicada, y el metal no deb�a de estar ni muy caliente ni deb�a trasegarse ni bruscamente ni desde demasiada altura, para conseguir que se solidificase de manera compacta. Ya en el siglo XVIII, con el incremento de las acu�aciones, los equipos a cargo del fundidor estaban compuestos por seis sopladores, dos vaciadores dos corredores de rieles, un carbonero, un aguador y varios asistentes.

El ensayador proced�a entonces a cortar un trozo de la plata moldeada en barras, y en su oficina comprobaba si la misma se ajustaba a la fineza requerida para la acu�aci�n de las monedas. En caso afirmativo, ordenaba a los fundidores que continuasen su labor con una nueva remesa, y en el caso contrario, si la aleaci�n era defectuosa, que procediesen a una nueva fundici�n de las mismas para enriquecerla.

Hornos de reverbero. �Arte de los Metales�, de Alonso Barba.

En el siglo XVI se utilizaban dos m�todos distintos para realizar los ensayes, que coexistieron durante siglos: uno sencillo y barato, llamado ensaye por puntas, y otro m�s complicado y costoso, denominado ensaye por fuego y copella. El primero de ellos se realizaba con doce a catorce peque�as varillas de cobre, unidas por un lado con un aro como en un llavero, y por el lado m�s estrecho chapadas en el metal precioso para el que se iban a utilizar, con la ley exacta marcada en su parte central.

La ley de cada punta variaba desde la plata pura hasta los 12 y los 8 dineros, y sus valores intermedios, y serv�an para comprobar la ley de los metales preciosos introducidos mediante en examen del color del metal, utilizando para ello una piedra de toque, con la que se frotaba el objeto a analizar, y se hac�an trazas con las dos puntas de color m�s parecido, consiguiendo con ello conocer con una aproximaci�n incre�ble la ley de las piezas analizadas.

Balanzas de la Casa de la Moneda de Potos�.

El ensaye por fuego y copella, o ensaye real, era mucho m�s lento, dif�cil y costoso que el anterior, pero mucho m�s preciso. Para realizarlo, el ensayador trabajaba sentado, teniendo al lado su hornillo de ensayar y una balanza, y enfrente un cepel o tronco para asentar, pieza de madera con un hueco donde se incrustaba el tas o yunque de platero. El hornillo era un cilindro de hierro, de 42 cm de alto y 21 cm de ancho, revestido por dentro y por fuera con barro arenoso.

Su parte inferior estaba dedicada a combustible, que deb�a consistir preferentemente en carb�n de pino, y ten�a una abertura para su alimentaci�n. La parte superior estaba separada de la inferior por una rejilla, donde se encontraba asentado un ladrillo plano, sobre el que se colocaba una vasija semiesf�rica con agujeros conocida como mufla, y sobre ella se colocaba la copela o crisol de ensaye, un peque�o vaso troncoc�nico fabricado con cenizas de hueso.

Bibliograf�a

Bails, Benito, Arism�tica para negociantes, Madrid, Imprenta de la viuda de Ibarra, 1790.

C�spedes del Castillo, Guillermo, "Las cecas indianas en 1536-1825", en Gonzalo Anes y �lvarez de Castrill�n y Guillermo C�spedes del Castillo, Las Casas de Moneda en los Reinos de Indias, Vol. I., Madrid, Museo Casa de la Moneda, 1996.

Lazo Garc�a, Carlos, �Tecnolog�a herramental y maquinarias utilizadas en la producci�n monetaria durante el Virreinato�, Investigaciones Sociales, A�o 2 n�2, 1998, pp. 93-121

Mu�oz de Amador, Bernardo, Arte de ensayar oro, y plata con breves reglas para la theorica y la pr�ctica, Madrid, Imprenta de Antonio Mar�n, 1755.

Recopilaci�n de las Leyes de los Reinos de las Indias, Libro IV, T�tulo XXIII.

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