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Febrero2015, Edición 113    31 de marzo de 2015

El oro de Wallenstein

El oro de Wallenstein

Por Ursula Kampmann

En la próxima subasta de otoño de Künker, entre el 7 y el 11 de octubre de 2013, una moneda de diez ducados de Albrecht von Wallenstein con un magnífico retrato saldrá a la venta. Esta pieza muestra el extraordinario genio económico, cuyas habilidades logísticas le hicieron convertirse en, probablemente, el más grande líder militar de su época, aupado a la cima del poder. (Leer+)
Cuando Luis XII le preguntó una vez a su mariscal qué se necesitaba para llevar a cabo una guerra, éste respondió: “Para llevar a cabo la guerra, son necesarias tres cosas: dinero, dinero y, además, más dinero”. Albrecht von Wallenstein, sin duda, estuvo de acuerdo con él. Ya en su primera incursión en el mundo militar, a los 21 años de edad, se dio cuenta de que el dinero era de la esencia de la guerra. Con orgullo, el joven se había embarcado hacia Hungría sólo para encontrarse dos meses más tarde atado a una cama de enfermo, con erupciones, fiebre y una mano lesionada, desde donde veía a su regimiento como se dispersaba por falta de dinero y raciones de alimento.

Pero los tiempos cambiaron después. Mientras que hacía tan sólo unas décadas anteriores, las batallas se habían ganado con un máximo de 10.000 hombres, ahora las tropas se habían multiplicado. Además, eran necesarias a diario dos libras de pan, una libra de carne, así como varios litros de cerveza o de vino, para cada soldado. Eso requería una gran cantidad de dinero, y la paga a parte. Wallenstein más tarde escribió en una carta: “A menos que los soldados consigan fuentes de suministro decentes lo antes posible, dejarán sus puestos en desorden, y tomarán lo que, porque ellos no serán capaces de seguir viviendo únicamente con agua y pan”.

El sistema de impuestos estaba todavía en sus primeras etapas. Estadistas y vasallos negociaban laboriosamente con el gobernante de turno qué cantidad de dinero se debería pagar en caso de guerra, o no. No es de extrañar, que la atención se centrara principalmente en la recaudación de dinero a principios del siglo XVII, cuando se trataba de empresas militares.

Wallenstein había dado cuenta de la estrecha relación entre la riqueza y el poder desde muy temprano. Así que, cuando tuvo la oportunidad, en 1608, para casarse con una viuda muy rica, lo hizo sentando así las bases para su ascenso social, político y militar.


Una vez que Wallenstein consiguió fincas propias en Moravia, su genio económico se hizo evidente. A diferencia de sus contemporáneos, no veía sentido en la explotación de sus subordinados. Por el contrario, se había dado cuenta de que un hombre satisfecho funcionaba mejor. Como consecuencia, dispensó a sus campesinos del servicio de impuestos, les permitió talar madera en sus bosques y pescar peces en los ríos. Con su apoyo, la agricultura se modernizó. Y así alcanzó Wallenstein mucho más dinero; de hecho tanto dinero que ni siquiera se dio cuenta de que en Viena el emperador era conocido públicamente como el gran deudor, siempre sin fondos. Aquí, nos aferramos a la razón de la subida espectacular de Wallenstein. Fernando II había calculado mal los gastos durante su guerra con Venecia. En febrero de 1617, se había quedado sin dinero. Hizo un llamamiento a los estados y vasallos para organizar tropas con sus propios gastos. Wallenstein era el único que estaba de acuerdo con eso. Sus hombres tuvieron éxito: los venecianos rogaron por la paz, mientras Wallenstein puso un pie en la puerta imperial.

Allí, se requería más dinero desde el comienzo de la Guerra de los 30 Años. Wallenstein lo tenía a su disposición o, más bien, él sabía perfectamente cómo conseguir que el dinero llegara a sus manos. Su idea fue recaudar contribuciones en lugares que aún no habían sido debilitados por la guerra. Estas contribuciones no debían ser tan altas que los individuos se arruinaran, pero sí lo suficientemente altas como para abastecer a las tropas, y por lo tanto evitar que las zonas afectadas por la guerra pudieran ser completamente saqueadas por los soldados merodeadores.


La segunda idea, mucho más conocida para recaudar dinero imperial se puede vincular también a Wallenstein. El 18 de enero 1622, Fernando II firmó un contrato en el que arrendó el derecho de acuñar moneda en Bohemia, Moravia y Austria Inferior a un consorcio y recibió la enorme suma de seis millones de florines a cambio. Una de las 15 partes contratantes era Wallenstein. Golo Mann reconoce que Wallenstein sólo logró producir a tiempo 20.000 gulden en un año. Invalorables, sin embargo, eran las conexiones que había establecido durante ese tiempo, debido a que todos sus socios contractuales se encontraban entre los magos financieros más importantes de aquel entonces.


Fue a ellos los que les debió un préstamo que necesitaba para comprar la tierra que había entregado al emperador por la conquista: 9.000 metros cuadrados que era el tamaño de ducado de Wallenstein de Friedland, donde fundó ciudades y tuvo una magnífica residencia construida, modernizó la agricultura y creó un modelo de industria que le hizo convertirse en una de las figuras más poderosas del imperio. La influencia de Wallenstein no se basa principalmente en su ingenio militar, sino en su poder económico que le permitió apoyar al emperador con dinero una y otra vez.


Esta extremadamente rara moneda de diez ducados de Wallenstein será subastada en la próxima venta de otoño de Künker, entre el 7 y el 11 octubre de 2013. El precio estimado es de 150.000 euros.


Por supuesto, Wallenstein, ascendió a la alta nobleza, y con ello los honores y privilegios anexos. Su ceca en Jičín acuñó la hermosa pieza de diez ducados subastada por Künker Pieza acuñada con fines de prestigio solamente o, como él había dicho, “Lo que yo estoy haciendo, no es para el beneficio, sino para la reputación”.

En octubre de 1625, Wallenstein fue galardonado con los primeros contratos relacionados con la ceca. El maestro de ceca Benedikt Hübmer de Praga actuó como asesor. En nombre de Wallenstein, Hübmer fabricó varias herramientas de acuñación en Praga. En 1626, Wallenstein nombró maestro de ceca a Georg Reick que decoró las monedas con su marca, el sol con un rostro humano, hasta 1630. Eso, sin embargo, se llevó a cabo sin ningún tipo de permiso oficial que fue otorgado sólo por el privilegio imperial el 16 de febrero 1628.


Sin embargo, Georg Reich, el primer maestro de ceca, no se quedó mucho tiempo. Él y su ensayador fueron arrestados en la segunda mitad de 1629, ya que había salido a la luz en la casa de moneda de Sagan que los ducados de Jičín no contenían suficiente oro. Wallenstein buscó otro maestro de ceca. Confió su casa de moneda durante un par de meses a Wardein Heinrich Peckstein, cuya organización pasó a Sebastian Steinmüller en julio de 1630. Su signo, el león ascendente en un círculo, se encuentra debajo de la imagen en la espléndida pieza de diez ducados que se ilustra aquí. Por cierto, el metal noble para las monedas de Wallenstein fue proporcionado por algunos viejos conocidos de él, de la época de Kipper y Wipper: Johann de Witte y Jakob Bassevi. Junto a Wallenstein, estos dos se habían acuñado monedas devaluadas en nombre imperial.


La moneda de diez ducados representa a Albrecht von Wallenstein en la cima de su poder. Él lleva la preciosa armadura, manto militar y la barba de mosquetero típica de esta época. La leyenda en el anverso “Albrecht, por la Gracia de Dios, duque de Mecklenburg, Friedland y Sagan, príncipe de Wends, conde de Schwerin, señor de Rostock y Stargard”.


En el reverso de la moneda, el escudo de armas reúne la más importante de las posesiones de Wallenstein. Está rodeado por la Orden del Toisón de Oro.

Wallenstein de hecho estaba en el apogeo de su poder en 1631, a pesar de que el emperador lo había expulsado de su cargo y lo dejó fuera. Mientras Wallenstein no necesitaba el emperador, el emperador lo necesitaba con bastante urgencia, como una cuestión de hecho. Después de la victoria de Gustav Adolf II cerca Breitenfeld, Alemania “gritó auxilio” al experimentado comandante.

A finales de 1632, después de que el rey de Suecia hubiera muerto en la batalla de Lützen, Wallenstein vio la necesidad de lograr una paz duradera para evitar que el país estuviera devastado durante las próximas décadas. Ello le costó su vida. Después de todo, el tiempo no estaba maduro todavía para la gente con esa previsión económica, para gente como Albrecht von Wallenstein.
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